Por Ignacio Valente
Diario El Mercurio
LA ESPERA
Jaime Riveros, Ediciones Sur, Concepción
1988, 172 paginas
Dos nuevos autores se incorporan a nuestra
narrativa. Jaime Riveros (1946) escribe su novela primeriza La Espera a la manera de una morosa confesión. En el Chile de hoy un hombre
solitario, una suerte de evadido del genero humano, un verdadero misántropo,
recuerda en su cuchitril sus años pasados, mientras espera una hipotética mujer
a la que ha lanzado el ultimo grito de socorro.
La espera dura tres días, y durante ese intervalo
asistimos alflashback de los años que se
fueron: años de estudio y militancia en el antiguo Pedagógico de Macul durante
los revueltos días de la Unidad Popular: una atmósfera de euforia social no
compartida por el protagonista: cambiar el mundo parecía a todos alrededor una
empresa al alcance de la mano, si bien no a nuestro hombre, que descree de
todas las causas. El clima es también sensiblemente erótico, y el solitario
rememora -siempre en primera persona- su frustrado romance con Nina, una joven
revolucionaria de la época. El ambiente estudiantil da comienzos a la década
del 70 está trazado con rasgos vivos y frescos, y con una nostalgia que aflora
a pesar de la buscada indiferencia afectiva del narrador. Las pasión por Nina
comparte el mismo carácter directo y rejuvenecedor, si bien el punto de vista
del relato es la sórdida tristeza del presente.
La soledad del narrador es tan hermética, y su
decadencia humana tan sensible que recuerda al personaje de Dostoyevski en Apuntes del Subsuelo, como este último, nuestro protagonista y relator abomina de todos y de
todo, está solo contra el resto del mundo, y afecta tratar mal tratar mal al
propio lector, afirmando una y otra vez que no explicará tal cosa, que no
contará tal otra, que escribirá solo lo que le venga en gana y cuanto le
venga... Este carácter atrabiliario es, por supuesto, parte integrante de la
ficción y funciona bien: contribuye a reforzar la energía de los recuerdos,
casi siempre tétricos o escépticos, con la excepción de aquel dominio tan
hermoso como trágico del pasado, que es su fallido amor por Nina. Esta es todo
un personaje: el relato se ilumina y afiebra en cuanto aparece ella. La novela
contiene también unja mirada oblicua y desencantada sobre el presente nacional,
que parece invitar al escepticismo misantrópico, si bien las alusiones son
mínimas: es cosa de atmósferas. El tono dominante -y el más logrado- se refiere
al instinto de autodestrucción que domina al protagonista y narrador: todo un
emulo de Dostoyevski.
Encontrar a Jaime Riveros en Concepción, donde
vive, fue tarea ardua. Una vez que logramos comunicarnos con él nos habló de su
novela, La Espera, y nos explicó que este libro era para él "como un bichito mío que
anda caminando". Riveros 42 años, casado, tres niñas, tiene solo hijas
mujeres. "Me faltaba un hijo y este libro es ese hijo y debe aprender a
enfrentar el mundo", explicó. El escritor es abogado, y se dedica a su
profesión además de escribir, "pero me gustaría entregar mi tiempo
exclusivamente a la escritura, ya que eso me daría más tranquilidad para
madurar lo que me interesa"
Reconoce que su libro muestra el lado amargo, las
dificultades, los tropiezos que impiden el amor y la comunicación, que en el
protagonista hay una esperanza muy leve, pero afirma que su esperanza en lo
personal es mayor. "En La
Espera hay dos esperas fundamentales: la
perspectiva existencial de todo ser humando que tiene la esperanza de algo
futuro que lo aleja de una situación pasada, y la espera en cuanto a un momento
social, político y histórico que vive nuestro país. En este sentido creo que
hay que hacer un esfuerzo por escuchar a la juventud que es la vertiente
nueva", dice Riveros. El escritor se reconoce apacible, hermético,
ensimismado, a diferencia del protagonista del libro, que es un personaje
rabioso y rebelde, "en cuyo extremo se puede entrever la perspectiva de
luces y claridades" su propia realidad.
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